El abordar la crisis de seguridad sólo desde la perspectiva de la crónica roja ahuyenta la posibilidad de plantearse cuestiones conceptuales de fondo. Quizás sea el olvido de tales cuestiones uno de los motivos que nos impide entrever el laberinto en el que estamos metidos y que nos dificulta encontrar la salida.
Urge recordar que el Estado es una abstracción que se hace operativa a través de las personas que lo gestionan, es decir, de los políticos y de los burócratas. Una de las funciones básicas del Estado es proteger de las amenazas exteriores e interiores a quienes habitan en su territorio. Al respecto, cabe preguntarse si el Estado chileno está cumpliendo con esa función.
En lo que concierne a la seguridad exterior el Estado chileno no logra controlar sus fronteras y en el plano interno no impera ni la seguridad, ni el orden, ni la paz. Una pregunta crucial es saber si el Estado, actualmente, consta con el apoyo de la ciudadanía para poner manos a la obra y garantizar tal seguridad. Si cuenta con ella y no lo hace es porque quienes lo gestionan son pusilánimes o, simplemente, incompetentes o inútiles.
En la eventualidad de que el Estado esté deslegitimado, cabe preguntarse cómo se deslegitimó y quiénes lo deslegitimaron. ¿Se puede revertir ese proceso de deslegitimación? ¿O es irreversible? Y si el Estado no puede cumplir con la función de garantizar la seguridad interior y exterior de la población, ¿quién lo hará?