El académico de la Universidad Central de Chile se refirió al poco valor que la sociedad le otorga a la sensibilidad y la importancia de aprender de ella.
En su influyente obra “El don de la sensibilidad”, la psicóloga Elaine Aron arroja luz sobre un rasgo de personalidad que ha sido, durante mucho tiempo, mal comprendido y subestimado: la alta sensibilidad. Contrario a la percepción común, Aron propone que la sensibilidad extrema no es una debilidad, sino un don único que poseen algunas personas. Este don se manifiesta en una mayor capacidad para percibir sutilezas emocionales y sensoriales, así como una profundidad de procesamiento cognitivo.
El título del libro alude a cómo Aron reconoce en la sensibilidad una cualidad especial, una perspectiva desde la cual experimentar el mundo de manera más rica y significativa. Para ella, la sensibilidad no es simplemente un obstáculo a superar, sino una fuente de fortaleza y creatividad. Por otra parte, la alta sensibilidad también puede acarrear desafíos significativos. Las personas altamente sensibles pueden ser más propensas al estrés y la sobreestimulación, lo que puede dificultar su adaptación a entornos ruidosos o caóticos. Además, pueden ser más susceptibles a emociones intensas, lo que puede llevar a estados de ansiedad o depresión si no se manejan adecuadamente.
Culturalmente, la sensibilidad rara vez ha sido valorada positivamente en una sociedad que tiende a favorecer la competencia y el éxito a cualquier costo. En este contexto, las personas altamente sensibles pueden ser percibidas como débiles o excesivamente emocionales, lo que les lleva a sentirse marginadas o incomprendidas.
Sin embargo, la sociedad tiene mucho que aprender de las personas altamente sensibles. Su alta empatía les permite conectarse profundamente con los demás y comprender mejor sus necesidades emocionales. Su marcada creatividad les lleva a pensar de manera innovadora y a encontrar soluciones originales a los problemas. Además, su afinidad con el arte y lo estético añade belleza y profundidad al mundo que habitamos.
En definitiva, reconocer y valorar la sensibilidad como un don podría ser crucial para construir una sociedad más compasiva, creativa y empática en un contexto mundial actual convulso y violento. En lugar de ver la sensibilidad como una debilidad, deberíamos celebrarla como una fuerza que enriquece nuestras vidas y nos posibilita conectar más profundamente con nosotros mismos y con los demás.